Aquellos Kids Acero

¿Recuerdan los juguetes de la niñez?

Cultura 23 de abril de 2024 JESÚS MARÍN

moto web

Recuerdan los juguetes de la niñez. Recuerdas aquellos juguetes que marcaron un antes y un después en tu vida. Aquellos juguetes que deslumbraron y alumbraron nuestros ya lejanos veinticinco de diciembre. Ese juguete tan soñado. Tan anhelado, gracias a los continuados bombardeos en anuncios de enorme televisión de incandescentes bulbos, estallando en pantalla, en blanco y negro.

El día de la natividad del Niñodios, amanecían bajo el nacimiento, cajas misteriosas envueltas con papeles multicolores, con motivos navideños, hombres de nieve, renos, ángeles y una multitud de figuras, cajas coronadas con un enorme moño. Pidiendo a gritos ser abiertas.

Las destrozamos sin piedad, urgidos de revelar sus secretos. ¡Oh! la magia, ahí descubríamos entre restos de papel y cartones arrasados, el regalo prometido, el regalo pedido al Niñodios en la cartita.

En mi caso, en mi gorda y zamba niñez, en mi prietez de pinacate, hijo chipil y consentido de mami, tirano del hogar, mimado por mis padres y mi abuela duende tepehuano. Y para fortuna del mundo, hijo único, mis padres no se atrevieron a traer otro engendrito como yo. 

Lo de cajón, regalos infaltables cada día de la natividad, a riesgo de que quemara la casa o me metiera a la legión extranjera. Era mi pelota de fútbol del mejor equipo que hubo en mi infantil entorno, la poderosa máquina del Cruz Azul.

La mítica y sagrada máscara del Santo. Santo el héroe. Santo el vencedor de momias y vampiresas. Santo el imbatible. Santo el invencible. Mi espada romana, de rojo plástico con su funda blanca, un verdadero gladiador nunca sale del coliseo sin su espada. Mi par de revólveres, en sus fundas y cinto, con balas plásticas. El regreso del Tunco Maclovio, zurdo como yo, para seguir siendo el pistolero más rápido del barrio de la Guadalupe. 

Esos regalos no deberían fallar en mi navidad, a menos que estuvieran preparados para escandalosos, trepidantes e insoportables berrinches que durarían por meses, años, por siglos de los siglos. 

Berrinches a berrido pelado y a pulmón reventado, pataleo barriendo el piso, lagrimas para llenar los océanos del mundo, moqueos y lloriqueos interminables, ponerme morado amenazando de no respirar. Mi familia prefería no buscarle cinco pies al gato. Y no se arriesgaban a provocar a su frankesteincito.

Una mañana de un veinticinco de diciembre, tengan presente señores, el milagro de esa navidad, el sueño que todo niño de once años aspira cumplir.

Ese juguete tan ansiado, tan antojado, gracias a los miles y miles de anuncios que bombardeaban tus programas de televisión en tu enorme cajón de bulbos y cables, de verde pantalla que al encenderlo eran en blanco y negro. Anunciaban: pídele a tus padres este aventurero este hombre de acción, pídelo como explorador del ártico, pídelo como piloto de motos. Y también pide la moto. 

Pide tu Kid de acero, un hombre articulado, un muñequito con su ropita para cambiarlo y sus herramientas y artículos de hombre. 

Ahí nos tienen a los que antes nos burlábamos de las escuinclas trenzudas y flacas por jugar con sus muñecas y vestiditos, diciendo que eran sus bebés. Pidiendo un muñeco de acción. Ah, pero que quede muy claro que nosotros éramos niños muy hombrecitos, el Kid acero no era ninguna jotería, era un hombre de acción para niños bragados y machitos.

A mí me trajeron un Kid acero, explorador del ártico, venía con una chamarra con capucha como la que usan los esquimales, su rifle, un pantalón caqui, unas botas tipo militar de hule y un par de paletas para caminar en la nieve. Podías quitarle la ropa y ponerle otra que te vendían por separado. Tal como a las muñecas de las feas y horribles niñas. 

A mis primos, la rana René, que según la leyenda familiar lo abandonó un circo a las puertas de la casona familiar esa noche del 14 de septiembre que hubo apagón general en la ciudad y apareció sobre el cielo duranguense un enorme OVNI. Y su hermano ángel, que era nuestro líder, mayor por varios años, nos defendía de todos, era como nuestro héroe. A ellos también les trajeron unos kids acero, pero con traje de piloto de motocicleta y una motocicleta que compartían con sus kids acero.

Al verlos, pos qué podía hacer, no me dejaron otra opción. Acudir a mi arma no tan secreta, pero sí muy efectiva, sobre todo con la abuela, siendo yo su nieto favorito, que ella crió desde los primeros pañales, solté mis mejores y manipuladoras lagrimitas, amargo y desconsolador llanto ante su regazo, refugiándome en sus enaguas.

Lloriqueé ser el niño más desgraciado del mundo mundial. Le conté que su amado nieto era despreciado por la sociedad, por no poseer una moto para mi kid acero como mis primos hermanos los Marín Ávila.

Ni tarda ni perezosa, mi abuela duende tepehuana pequeñita en su casi metro y medio pero con un corazón tan grande como el amor que nos profesaba, me lleva a comprar mi moto a la Soriana centro, gran novedad comercial de entonces. Tomados de la mano fuimos a la Soriana centro, primer gran centro comercial de auto servicio y moderna modernidad en una ciudad tan ranchito como era en los ochenta.

Regresé con mi moto nueva en su caja y mi kit de traje de motociclista. Era azul cielo con rayas laterales en las mangas y pantalón, zapatillas blancas, ¡ah! pero yo le puse las botas y quedó perrón, envidia de los circuitos y competencias. Con un casco blanco, con lente oscura para protección en caso de accidentes que ocurrían demasiado en nuestras manos. 

Organizábamos salvajes competencias entre nosotros, los kids y sus motos. La motocicleta traía un tubo largo, negro y de plástico, como una especie de palanca para empujar y soltar a la motocicleta, imprimirle velocidad, que se enganchaba a la rueda trasera, le dabas vuelo y lo soltabas a volar.

Ahí va la moto rompiendo el viento, equiparándose con las nubes y el vuelo de los ángeles, los chiquillos tras el vertiginoso vehículo, gritando emocionados, el Kid acero rodando por el camino, por la acera. Apostábamos cuál llegaba a mayor distancia. 

No recuerdo en que acabó mi Kid acero, quizá lo destruí, me lo comí, ya que mi padre decía que tenía manos de estómago. 

Quizá los kids de mis primos tuvieron mejor suerte, heredados a mis primos peques, al Óscar que entonces, para hacerlo renegar, le decíamos que era un lindo gatito, hoy universalmente conocido como el barras y al Juan Carlos que nadie le decía así, entendía por el Pájaro y hasta la fecha, ya cincuentones cercanos a la sexta década, sigue siendo el Pájaro.

Aquellos kids de acero nos endulzaron la niñez, aprendimos a cambiar a nuestros muñecos pero sin joterías, ¡eh! Y para que quede más que claro, no, no les pusimos nombres, como hacían las niñitas con sus muñecas. Eran y siguen siendo nuestros Kid de acero.

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