Crónica de una triste carta de amor
Ahora sé que la esperanza sí existe. Y no es un invento de los desesperados. Ni una isla perdida en el océano. Esperanza de volver a verte. Esperanza que al doblar la esquina te encuentre esperándome, para refugiar este desamparo de nacer hombre, en el milagro de tu pecho. En tu corazón, mi amada Penélope.
Esperanza de recuperar la fe que se extingue, por el sencillo prodigio de escuchar tu voz pronunciándome, haciéndome parte otra vez de la vida. Poderosa voz de las mujeres, que convierten a los niños en hombres, y los hombres en ángeles.
Es invierno, el frío del alma cala más que el externo, el frío de estas noches frente al libro, mirando por las ventanas, tratando de no pensar en la falta de ti.
¿Sabes?, la vida se ha detenido. Desde esa triste mañana de diciembre en que tú te marchaste, ahora sé que era demasiada triste, entonces no lo sabía.
No he entrado a nuestra recámara. No soporto mirar el cuarto vacío de ti, de mí, de los dos. No soporto la soledad de la cama, la caricia fría de las sábanas.
No sé despertar sin ti, sin verte toda acurrucada y toda pecosa, enredada en mil cobijas, enredada en innumerables muertes. Indefensa a mis besos pero terriblemente iluminadora de mis miedos.
No sé cómo explicarme el despertar y no encontrarte. Sentir el peso de la ausencia donde más duele: en el corazón, en el lado vacío de nuestra cama, hogar nuestro de carne y amor, único refugio enteramente de los dos. Donde somos lo que nadie sabe y decimos lo que nadie escucha; sin mentiras piadosas ni careta alguna: yo, un niño de siete años, temeroso de la vida, y tú, la mujer que me ha convertido en un verdadero hombre.
Hoy esa cama yace muerta, inerte tronco flotando en la inmensidad del abandono. Isla sin gente. He cerrado ese cuarto, nuestra recámara, como he cerrado los ojos a la luz. Prefiero no volver a ella hasta que tú regreses a resucitarme, a devolverme a mi condición de hombre, hombre por ti y vivo por ti.
Se han invertido los papeles, Ulises desesperado en su isla de ladrillo y tullidez, en sus barcos de papel, con sus historias para soportar la espera, sin tejer ni destejer, inmóvil y de piedra, gritando por el regreso de su Penélope.
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