Acerca de Cronopios extraviados o de cómo Julio Cortázar nunca fue leído

A mi querida y admirada amiga Leticia Salazar, cronopio de corazón y palabra

Cultura 05 de marzo de 2024 Jesús Marín

cronopios web

Cuando nos enteramos que el Gabo y el Saramago, el infumable Carlos Fuentes, estarían a ocho horas de esta tierra alacranera, luego luego a urdir descabellados planes, ensoñaciones literarias, por la gran oportunidad de estar cerca o al menos de vislumbrar a un verdadero ESCRITOR y quizá por medio del tacto auditivo o visual, nos transmitieran algo de su talento. Nos lanzamos a la mera Guadalajara, cuna del mariachi y paraíso del puñal. Sin ofender preferencias y nalguerío.

El cotorreo principal sería sobre un carnalito llamado el Julio Cortázar, el Cronopio mayor y según chismes esquineros: gigante enorme, tanto como componedor de realidades fantásticas, como de presencia física en carne propia. De enormes manazas y ojos de gato travieso. Ojos de visionario. De mesías infalible.

Así que unos compas y su servidor, juntamos unos cuantos envases de caguamas (dos cartones de kiwas pa’ ser exactos, de vickis) y cuantos libros tuviéramos del Gabo, Julio y Saramago, abusadillos por lograr una firmita inmortal o de perdida sentir su aura. Ya en último caso, respirar el mismo aire en infernáculo donde se iba a reunir la crema y nata de la intelectualidad cortaziana.

 

La inauguración

 

Tras un viaje apretujados en un carro, cahuameando. Sufrir un retén de guachos que se sorprendieron de que fuéramos escritores y lleváramos libros en la cajuela. Teníamos miedo de que nos quitaran las cahuamas.

Diez de la mañana en Guadalajara y un asoleado de poca. Eso sí, un resto de chavas retebuenas, todas llenas de curverío desquiciante y con unas medidas frontales que dejan sin respirar...mamitas... Caray aquí sí saben cómo hacer morras ricas. ¡¡¡¡Arriba las chivas del Guadalajara!!!!

Avenida Díaz de León y Juárez: Carriles para cuatro autos y semáforos en la esquina. Nervios por lo que se presiente: Cien años de Soledad y El Evangelio según Jesús Cristo, juntos. Y por ahí: La Muerte de Artemio Cruz, con su pedante Carlos Fuentes.

Los tragos de agua y una larga fila. La mayoría enfundados de mezclilla, tenis, greña larga. Con walkman integrados. Ojos de gatos pardos, anillos en la nariz y colgajes multicolores: cortazarianos cien por ciento. Mas famas que Cronopios.

La mala noticia: que los lugares ya están apartados y sólo con boleto. ¡Válgame el Santo Niño de Atocha socórrenos!, pero ni así.

A buscar un lugar para vez el huateque literario de las tres divas, hablando de sus egos, sobre todo el enorme de Carlos Fuentes. A sufrirlos por circuito cerrado.

Venir de tan lejos y verlos por teve, chale. No será igual, pero al menos no nos perderemos el discurso.

Luego luego se notaba quiénes veníamos de Durango, miradas norteñas de desconcierto ante la enormidad de los edificios, gafetote en el pecho con tremenda fotografía del terruño: taller literario fulanito de tal. Hasta parecían la mera verdad. Sonrisas amplias y camisas domingueras. Flashases por doquier, los ohss las ahh, por todos lados.

La mayoría ni enterados de quién es el tal Julio Cortázar. Quizá esperan que salga Rayuela en DVD, en una actuación del güero desabrido Brad Pitts como la brujita o mafufadas así. 

Bendita sea la inocencia de los ignorantes: felices de ser parte del mundo literario, aunque lo único que hayan escrito sean recados telefónicos. Y la lista del mandado.

Ya en el cine Universitario (nosotros): en la pantalla la mesa de los premios Nóbel, don Gabriel García Márquez, don José Saramago y al gran Dandy de México, Carlos Fuentes, ni el realismo mágico podría con tanta chulada, y para rematar, el che escritor, Tomás Eloy Martínez, fue de un asombro asombroso.

Se esperaba que surgieran el coronel Aureliano Buendía. O quedarnos ciegos de blancura o arrejuntarnos ante el gravitar del fantasma de Aura. 

Cómo de no creerse que estos tipos, de carne y hueso, medio calvos y algo vetarros hayan nutrido gran parte de nuestros sueños e imaginaciones. Y que por las noches de solitaria resignación, reemplacen nuestra moribunda realidad. Gente que les brotan las historias como sudores malignos. 

Afuera del recinto, una fila de gente, pacientemente formada desde la diez; dos horas de sol, como dice el camarada José Agustín. Dos horas para ver en vivo a las grandes Divas.

Creo que si Julio hubiera estado ahí, se habría largado a tomarse un matecito, molesto ante tan reverencia, él , un irreverente de primera, enemigo de las formalidades. Cronopio por derecho y nacimiento. Bromista incansable y gran lúdico del lenguaje.

Carlos Fuentes y Gabo traían un cotorreo sabrosón, pero nada más entre ellos, chistes y merjujes, nomás para regocijo personal de ellos dos. Estaban en lo suyo, ignorando soberanamente al viejerío y el deslumbre de flashazos. Mamones y pedantes.

Aplausos por doquier como si estuviesen de oferta aplaudir. Y sólo nos regalaron meras semblanzas de su amistad con Julio. No hubo esta vez acto de fe ni dramaturgia esperada. Creo que estaban medio aburridos al no ser ellos, el foco de la atención y sí julio Cortázar.

Hablaron de la nostalgia y del recuerdo. De las cheves y vinito que degustaron juntos. Una delicia oírlos hablar y más saber que al fin y al cabo son también mortales, vaya gente como uno, que va al baño cada mañana y al contrario de Julio, ellos también envejecen con el paso del tiempo.

Julio con esa extraña enfermedad de envejecer por dentro, mientras en el exterior, su facha de eterno adolescente.

Cortázar que todos envidiamos y amamos, cualquier referente ayuda a situarlo dentro del colectivo de la imaginación. 

José Saramago, con ese ritmo cachondo de samba, musicalizando el verbo. Se alegró de no haber conocido a Julio. -Tómala pedradón para las divas colombiana y mexican dandy- “Yo soilo conoizco a Julio por usus ubras”. Y siguió hablando con esa deslumbrante palabra, con ese ritmo cadencioso que le conocemos en su lírica.

Vertió un buen punto: la obra de Julio tiene tintes de tragedia. Una tragedia escondida tras el humor y el juego. A estas alturas ni una mosca se escuchaba revolotear.

Hay algo indescriptible, una emoción difícil de situar en el universo de las palabras al ver reunida a tanta gente para escuchar hablar de un escritor. De un escritor y no de un chisme del espectáculo o del último fraude político.

Hablábamos de literatura. Escuchamos hablar de universos infinitos. Por uno momento, fuimos carnales. Raza pues. Caray sólo faltaba haber metido un caguameo victoriano y algo de hierba para que el mundo fuera perfecto.

Gente de toda edad, flacos, gordos, chichonas, planas, con cerebro o sin él, había de todo: instructivos para dar cuerda al reloj. Escaleras que nunca terminan. Laberínticos enredos. Señoritas que vomitaban conejos. Y suéteres sin cuello.

Libros y gente, atrapadas en sus Circes. De toda clase de ojos. Y muchísimas famas y uno que otro Cronopio disfrazado. Gente con libros, con mentes estrenadas y estreñidas.

Gente que ama a Julio y otros que ni tiene idea de quién es, pero que fueron por la foto, porque nunca ha leído una sola página.

Breves fueron las palabras de Gabo. Fuentes con más teatralidad y encanto mundano. Habló más de sí mismo que del festejado. Saramago los veía con cara de pocos amigos, preguntándose qué hacía ahí entre ese mar de vanidades.

El che de Tomás Eloy Martínez nos habló de manera conmovedora. Nos habló de ese aplauso de más de diez minutos que se le brindó a Julio Cortázar en la plaza de Mayo en Argentina. De sus lágrimas y de su corazón desbordado. Caray a esas alturas también nosotros teníamos un nudo en la garganta y las de moquiar a punto de salir.

Un aplauso que se sigue escuchando cuando en la intimidad relees cualquiera de sus textos. 

Cuando Eloy terminó, los ahí presentes sabíamos quién era Julio y por que todos “queremos tanto a Julio”. A la distancia alguien tarareaba un tango sentimental.

Después, el caos: los premios Nóbel y escritores circundantes, se dignarían a bajar de su pedestal, a firmar libros, cumpliendo el sueño guajiro de los escritores que no escriben, pero ¡ah! como se hartan de cócteles en las presentaciones, puro gorrón, se acercaban con libro bajo el brazo, ferozmente, a punta de fregadazos y dentelladas, se abrían paso, babeantes por lograr un pinche borroncito en el libro zutanito.

Fueron a eso: a cazar una firma para luego pavonearse ante amistades y, que el gran Gabo, que el gran Saramago, el pedante Fuentes, les había firmado su libro, meros borrones impersonales para librarse de fans hipocondríacos.

Nosotros, verdes de envidia, corajientos porque no pudimos ver en vivo a tan ilustres escritores, con el triste consuelo: al cabo sí sabemos quién es Julio y hasta lo hemos leídos. Lero…lero…lero

El resto del coloquio o cómo sobrevivir a la caguama Vicki: cuatro días de escuchar discursos, disertaciones sobre lo que se suponía iba a ser la obra del Cronopio mayor. Sus ideales. Su sentir, pero que fue desperdiciado en escucharse hablar de sí mismos y de los grandes que son o van a ser. De los libros que han escrito sobre la obra cortazariana, pero de Julio nada. Meras disertaciones de citas y de palabrería, pero carentes de sentimiento y de luz cortaziana.

Lo único rescatable del coloquio fue una entrevista realizada en vivo con Julio Cortázar, palabras del más allá, acomodadas con realidades del más acá. Impresionante escuchar esa potente voz, ese manejo del tiempo y de magia. 

Antecito de esto, ver sus fotos. Julio de niño. Eterno ya de adolescente. Su casa, la mesa donde escribía. Sus enormes ojos de gato. Su profundidad de hechicero mayor en la mirada. Comprobar la leyenda: Julio no sabía envejecer: se quedó en sus veinte años para siempre. Pero nunca dejó de crecer. Ni en su obra ni en su cuerpo. Genio que traspiraba, que gemía, que sudaba, pero sobre todo que nos dejó en sus letras, único legado de inmortalidad tangible, -chale ya me puso rete harto sentimental- la vida misma y cómo disfrutarla.

Para cerrar con broche de oro, el maese Carlitos Monsiváis en su eterno sarcasmo y descreimiento. Lástima que terminó el festival: pata pa’ el cerro. Afinar el carro. Recargar el cartón de caguamas, unas cuantas tortas ahogadas. Una penúltima mirada a los riquísimos traseros de las tapatías y juímonos. A Julio, lo de siempre: lo queremos tanto.

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